La superluna iluminaba el cielo nocturno de Madrid pero, recelosa de mostrarse en todo su esplendor, se escondía continuamente detrás de las nubes. Una pareja de jóvenes enamorados paseaba alrededor del Templo de Debod en su busca y observaba como el astro jugaba al escondite con ellos entre divertidos y frustrados. Su excusa para estar allí esa noche —al menos una de ellas, aunque seguramente la menos importante— era inmortalizar con una cámara de fotos la imponente presencia de la superluna. Finalmente, ante la timidez mostrada por la juguetona esfera blanca, los enamorados decidieron pasar a mayores. El día anterior se habían dado su primer beso —impulsivo, rápido, torpe, encantador— y ambos se habían quedado con ganas de más. La superluna, que había dejado de ser la protagonista de la noche, decidió salir de su escondite y observar de manera cómplice como la pareja se besaba de forma apasionada una y otra vez. En ese momento, la superluna decidió lanzar su hechizo sobre la par