El mensaje era claro, conciso, breve y letal: "no insistas", decía. Las letras empezaron a emborronarse a medida que los ojos de M iban humedeciéndose, pero su significado estaba grabado a fuego en su corazón. No era la tristeza lo que impulsaba hacia fuera esas lagrimas, sino una rabia incontenible. Los dedos empezaron a rasgar el mensaje en pequeños pedazos que fueron lanzados al fuego. Mientras su última esperanza escapaba por la chimenea de su enjuto piso, alguien empezó a aporrear la puerta. Al día siguiente, el silencio reinó entre los vecinos y así fue como la historia de M se perdió para siempre.
Roberto C. Rascón (@rcrascon)
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