La superluna iluminaba el cielo nocturno de Madrid pero, recelosa
de mostrarse en todo su esplendor, se escondía continuamente detrás de las
nubes. Una pareja de jóvenes enamorados paseaba alrededor del Templo de Debod en
su busca y observaba como el astro jugaba al escondite con ellos entre
divertidos y frustrados. Su excusa para estar allí esa noche —al menos una de
ellas, aunque seguramente la menos importante— era inmortalizar con una cámara
de fotos la imponente presencia de la superluna. Finalmente, ante la timidez mostrada por la juguetona esfera blanca, los enamorados decidieron pasar a
mayores. El día anterior se habían dado su primer beso —impulsivo, rápido,
torpe, encantador— y ambos se habían quedado con ganas de más. La superluna,
que había dejado de ser la protagonista de la noche, decidió salir de su
escondite y observar de manera cómplice como la pareja se besaba de forma
apasionada una y otra vez. En ese momento, la superluna decidió lanzar su hechizo sobre la pareja. Su influjo les protegería siempre, pero solo si ambos seguían creyendo de forma tan generosa en el amor. La pasión inundó la noche y, protegidos de
miradas extrañas por el vaho que empañaba los cristales de un coche, ambos dieron
rienda suelta a los besos y las caricias hasta que la superluna
dejó paso al radiante sol. Ese fue el “érase una vez” de una bella historia de
amor.
Roberto C. Rascón (@rcrascon).
La vida es como un libro.
ResponderEliminarAlgunos capítulos son tristes, otros felices, otros excitantes. Pero si nunca vuelves la hoja…nunca sabrás lo que el próximo capítulo depara.
Tienes toda la razón… Pero conozco a una persona que no sabe pasar las páginas del libro de su vida porque lo que hace, una y otra vez, es arrancar todo lo anterior. Por esa razón, en el futuro caerá en los mismos errores y volverá a hacer daño a la persona que la ame. Ojalá que no, porque lo que espero y deseo es que después de generar tanto dolor —supongo que tanto a mí como a ella misma— haya aprendido algo y no vuelva a jugar cruelmente con los sentimientos de otra persona. En definitiva, para pasar página —como para todo en esta vida— hay que tener dignidad, clase y respeto.
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