No fui yo el que dejó de querer. No fui yo el que dejó de amar. No fui yo el que dejó de 'almar'. No fui yo el que dejó de adorar. No fui yo el que dejó de desear. No fui yo el que dejó de cuidar. No fui yo el que dejó de luchar. No fui yo el que dejó de creer. No fui yo el que dejó de compartir. No fui yo el que dejó de soñar. No fui yo el que se rindió. No fui yo el que traicionó. No fui yo el que mintió. No fui yo el que perdió la ilusión. No fui yo el que rompió las promesas. No fui yo el que salió corriendo. No fui yo el que dinamitó todo lo que habíamos construido. No fui yo el que destruyó una maravillosa historia de amor. Al fin lo he comprendido… NO FUI YO EL CULPABLE. Después de meses llorando de tristeza en casa, en el trabajo, en la calle, en el metro, en todos los baños de todos los lugares donde he estado, solo o acompañado, en silencio o a gritos. Después de afrontar la peor etapa de mi vida he vuelto a llorar desconsoladamente, pero esta vez de alegría porque me he liberado.
Fui yo el que quiso, amó, 'almó', adoró, deseó, cuidó, luchó, creyó, compartió y soñó "más que ayer pero menos que mañana" desde el primer hasta el último segundo durante 1.120 días y, pese al sufrimiento de los últimos meses, no me arrepiento porque estos más de tres años son capaces de compensar tanto dolor. Estuve al lado de un ser maravilloso. Una persona capaz de iluminar tu vida con una mirada y una sonrisa. Una persona cariñosa, valiente, humilde, perfeccionista, alegre, inteligente, divertida, inquieta, generosa, fiel, sincera… En definitiva, una persona única. Pero un día, de repente, todo eso desapareció y solo quedó un ser sin rostro, sin voz y sin Alma.
Desde que huyó de casa dando un portazo, lo único que le pedí fue la verdad. Tenía muchas preguntas y necesitaba respuestas, pero solo recibí indiferencia (ni un "¿cómo estás?" en todo este tiempo). Al final he comprendido que ni siquiera ella tiene respuestas que justifiquen una decisión infantil y egoísta. Por lo tanto, y esto es lo más doloroso y difícil de sobrellevar ahora, mi sufrimiento ha sido y es gratuito. Lo fácil era huir y cargarme a mí con la culpa para salvar su conciencia, un acto de una terrible bajeza moral que me ha tenido contra las cuerdas demasiado tiempo. El sentimiento de culpa es el peor de los sentimientos y lo cargué sobre mis espaldas sin merecerlo para que ella pudiera seguir su camino. El último sacrificio de un auténtico iluso.
Me robó mi pasado (intentando empañar el recuerdo de tres años increíbles), mi presente (desapareció el hogar que habíamos construido y la persona a la que amaba) y mi futuro (se esfumaron todos los planes que habíamos hecho juntos) de un día para otro. No he vuelto a ver sus ojos ni a oír su voz y empiezo a creer que eso nunca pasará porque ni sus ojos tienen la valentía de mirarme ni sus palabras tienen la convicción para salir de sus labios. Finalmente el náufrago ha encontrado tierra firme y, aunque para mi desgracia muchas cosas se han roto en mi interior (por no hablar de una tristeza que no se marcha), al menos puedo decir bien alto y orgulloso que tengo la conciencia tranquila y que sigo siendo buena persona. El camino es largo, pero el primer paso está dado.
Fui yo el que quiso, amó, 'almó', adoró, deseó, cuidó, luchó, creyó, compartió y soñó "más que ayer pero menos que mañana" desde el primer hasta el último segundo durante 1.120 días y, pese al sufrimiento de los últimos meses, no me arrepiento porque estos más de tres años son capaces de compensar tanto dolor. Estuve al lado de un ser maravilloso. Una persona capaz de iluminar tu vida con una mirada y una sonrisa. Una persona cariñosa, valiente, humilde, perfeccionista, alegre, inteligente, divertida, inquieta, generosa, fiel, sincera… En definitiva, una persona única. Pero un día, de repente, todo eso desapareció y solo quedó un ser sin rostro, sin voz y sin Alma.
Desde que huyó de casa dando un portazo, lo único que le pedí fue la verdad. Tenía muchas preguntas y necesitaba respuestas, pero solo recibí indiferencia (ni un "¿cómo estás?" en todo este tiempo). Al final he comprendido que ni siquiera ella tiene respuestas que justifiquen una decisión infantil y egoísta. Por lo tanto, y esto es lo más doloroso y difícil de sobrellevar ahora, mi sufrimiento ha sido y es gratuito. Lo fácil era huir y cargarme a mí con la culpa para salvar su conciencia, un acto de una terrible bajeza moral que me ha tenido contra las cuerdas demasiado tiempo. El sentimiento de culpa es el peor de los sentimientos y lo cargué sobre mis espaldas sin merecerlo para que ella pudiera seguir su camino. El último sacrificio de un auténtico iluso.
Me robó mi pasado (intentando empañar el recuerdo de tres años increíbles), mi presente (desapareció el hogar que habíamos construido y la persona a la que amaba) y mi futuro (se esfumaron todos los planes que habíamos hecho juntos) de un día para otro. No he vuelto a ver sus ojos ni a oír su voz y empiezo a creer que eso nunca pasará porque ni sus ojos tienen la valentía de mirarme ni sus palabras tienen la convicción para salir de sus labios. Finalmente el náufrago ha encontrado tierra firme y, aunque para mi desgracia muchas cosas se han roto en mi interior (por no hablar de una tristeza que no se marcha), al menos puedo decir bien alto y orgulloso que tengo la conciencia tranquila y que sigo siendo buena persona. El camino es largo, pero el primer paso está dado.
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