Artículo publicado en Punto de Encuentro Complutense el 25/01/2012
Clint Eastwood vuelve a las carteleras este fin de semana con J.Edgar y esta vez tampoco veremos su recio aunque ajado rostro. El actor que saltó a la fama interpretando al ‘hombre sin nombre’ en la mítica ‘trilogía del dólar’ de Sergio Leone, solo aparece en los títulos de crédito como director. Los que quieran volver a disfrutar con el Eastwood actor, verán escuchadas sus plegarias próximamente. El intérprete se pondrá delante de las cámaras en Trouble With The Curve, una película dirigida por Robert Lorenz (su asistente en Million Dollar Baby, Los Puentes de Madison o Mystic River), en lo que parece un favor personal a su habitual colaborador.
A la espera de su regreso como actor, quedémonos con el Eastwood director. En esta faceta, el californiano ha igualado, sino mejorado, sus logros en el apartado actoral. La Academia de Hollywood tardó en reconocer el innegable talento de Eastwood detrás de las cámaras. En 1992, aplicó todo lo que había aprendido al lado de maestros como Don Siegel o Sergio Leone para crear Sin Perdón, un western (no podía ser de otra manera) que dio a Eastwood su primer Oscar. Esta película, era herencia directa de sus anteriores e ignorados westerns (Infierno de Cobardes, El Fuera de la Ley y El Jinete Pálido).
Antes de Sin Perdón, Eastwood había sido injustamente ninguneado pese a filmar obras maestras como El Aventurero de Medianoche, Cazador Blanco Corazón Negro o Bird. Doce años tuvo que esperar para recibir su segundo Oscar, en este caso por Million Dollar Baby, a pesar de que en ese tiempo había dirigido películas como Un Mundo Perfecto, Los Puentes de Madison o Mystic River. El viejo Clint sigue en plena forma y, desde entonces, ha rodado joyas como Cartas desde Iwo Jima, El Intercambio o Gran Torino, completando una filmografía a la altura de los más grandes.
Volviendo a su última película, en J.Edgar el veterano director se atreve con un biopic sobre la controvertida figura de J Edgar Hoover, director del FBI entre 1935 y 1972. Los que esperen la típica película biográfica fría e impersonal se llevarán una sorpresa, porque Eastwood no se queda en la superficie del personaje, sino que rasca hasta dar con el verdadero rostro de Hoover. Para llegar a ese nivel de profundización, Eastwood se apoya en la excepcional (e injustamente ignorada en los Oscars) interpretación de Leonardo Di Caprio. El actor podría haberse quedado en la mera caricatura de un acérrimo anticomunista, pero por el contrario hace gala de una excelsa variedad de registros que traspasan el látex utilizado por los maquilladores cuando Hoover es anciano. El intérprete, que saltó a la fama por su cara bonita en Titanic, ha ido desarrollando una portentosa carrera al lado de mitos como Spielberg, Scorsese o el propio Eastwood, hasta alcanzar su madurez artística.
No exagero si digo que J.Edgar es una especie de Brokeback Mountain: la diferencia radica en el escenario, cambiando los pastos de Wyoming por las paredes del FBI. Eastwood, apoyado en el guión de Dustin Lance Black (galardonado con el Oscar por Mi Nombre es Harvey Milk), condensa la vida de Hoover dando una especial relevancia a su relación con su ayudante, Clyde Tolson. Una historia de homosexualidad reprimida que nos da otra visión del otrora hombre más poderoso de los EE.UU. Como el guión arriesga, también somos testigos auditivos de uno de los secretos mejor guardados de Hoover, los encuentros entre Marilyn Monroe y J. F. Kennedy.
Esta visión de un Hoover homosexual sorprende, aunque no debería hacerlo teniendo en cuenta quién firma la película. Eastwood, reconocido simpatizante del Partido Republicano (incluso fue alcalde por ese partido de un pequeño pueblo californiano llamado Carmel), trata la homosexualidad con un respeto y una delicadeza que seguro escandalizará a más de un republicano. Pero es que Eastwood demuestra una vez más su profunda heterodoxia. Si echamos la vista atrás, vemos cómo ha tratado temas tan polémicos como la eutanasia (Million Dollar Baby), el racismo (Gran Torino), la pena de muerte (Ejecución Inminente), la decadencia sureña (Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal) o los falsos mitos americanos (Banderas de Nuestros Padres) desde una perspectiva alejada de la que marca el ideario republicano. Incluso se puso en la piel del enemigo para narrar la II Guerra Mundial desde el punto de vista de los japoneses en Cartas desde Iwo Jima.
Salvando las distancias, Clint Eastwood recuerda a otro maestro, John Ford. El director de maravillas como El Hombre que Mató a Liberty Valance, Centauros del Desierto o El Hombre Tranquilo llegó a ser criticado por su tratamiento a los indios y a la raza negra, o por su glorificación de la guerra. Escarbando un poco en su filmografía, el propio Ford se encargó de desmentir estas afirmaciones con películas como El Gran Combate, en el que retrata el maltrato sufrido por los indios a mano de los blancos; El Sargento Negro, un alegato contra los prejuicios raciales; o Misión de Audaces, obra antibelicista que muestra el sinsentido de la guerra, en este caso, la de Secesión. Ford y Eastwood, el primer y el último clásico, emparentados por su heterodoxia.
Roberto C. Rascón (@rcrascon)
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