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CINE: 'El arte como vida'


ABAJO EL TELÓN (1999), Tim Robbins.

Si el director de esta película fuera Woody Allen en vez de Tim Robbins, mucha más gente habría disfrutado con ella. De manera que cuando aparecen los títulos de crédito  uno se siente un privilegiado al haberse convertido en uno de los pocos que ha visto esta obra maestra. Y pongo el ejemplo del gran director neoyorkino porque esta película parece de Woody Allen, aunque no lo sea. Abajo el telón no tuvo éxito ni en EEUU (demasiado 'comunista'), ni en Europa. El film recaudó 3 millones de dólares y costó 36 según el ‘Box Office’, los números hablan de un rotundo fracaso. A lo mejor por eso su director, Tim Robbins, no ha vuelto a dirigir salvo una sátira contra Bush tras la infame guerra de Irak, porque el hombre de talento va sobrado como también demostró en Pena de Muerte. Quizás su reconocido izquierdismo no le ayude a sacar sus proyectos adelante, en un país en el que esa palabra aun causa recelos.


Sobre la trama mejor no decir nada, no porque tenga un giro final o una gran intriga, sino porque casi siempre es mejor no saber nada antes de ver una película. Suele pasar que una película te parezca mejor cuándo no conoces su argumento. Sobre los actores decir que no pueden estar mejor elegidos, la mayoría grandes secundarios de Hollywood. En escena se entrecruzan personajes reales, como el adinerado Nelson Rockefeller (el hermano Cusack), el egocéntrico y genial Orson Welles (MacFaden), el pintor Diego Rivera (Blades) o la ‘judía fascista’ Margherita Sarfatti (Sarandon); con trabajadores del teatro, como una actriz ante su gran oportunidad (Watson), un secundario en busca del respeto de su familia (Turturro), un ventrílocuo venido a menos (Murray) o una anticomunista que delata a sus propios compañeros (la hermana Cusack).


La película hace una defensa del arte como forma de transmitir ideas y emociones. El arte debe nacer en libertad, ya que la censura daña al artista y mutila su obra. Aunque grandes obras han nacido bajo la presión de la censura, obligando a sus autores a volverse aún más sutiles para burlarla. Hablando de cine destacaría los guiones de Azcona y Berlanga en películas como El Verdugo o Plácido, que dejaban en muy mal lugar al régimen franquista y los censores ni siquiera se percataban. La obra de un artista siempre tendría que permanecer tal y como su autor la concibió. En la película lo ejemplifica el pintor Diego Rivera, que se niega a eliminar la cara de Lenin de su mural, aunque esté trabajando para el mayor capitalista de Nueva York, el multimillonario Rockefeller. El arte perdura y puede acabar en muy malas manos cuando el autor ya no está, como demuestra la figura de Margherita Sarfatti, emisaria cultural y amante de Mussollini que se dedica a vender obras de Da Vinci o Miguel Ángel con el objetivo de financiar el régimen fascista.

Atención a la extraordinaria utilización de los planos-secuencia (la película se abre con uno) con el objetivo de mostrar el ajetreo del mundo del teatro. Me recuerdan a los famosos de Berlanga con gente entrando y saliendo de plano y todo el mundo hablando a la vez. Son los años 30 y ya se vive una situación similar a la que poco tiempo después recibió el nombre de ‘Caza de brujas’, con todos los artistas en el punto de mira del gobierno por su supuesto comunismo, frente a una cierta connivencia hacia el fascismo y el nazismo contra el que luego lucharían los americanos. La escena final en el teatro es una maravilla, pero tiene una pega en la versión española y es el doblaje de las canciones, en mi opinión hubiera sido mejor haber utilizado subtítulos durante los números musicales.

Por Roberto C. Rascón. @rcrascon

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