¿QUÉ FUE DE BABY JANE? (1962)
Tuve la oportunidad de ver ¿Qué fue de Baby Jane? casi al mismo tiempo que Cisne negro y, desde entonces, son dos películas que van íntimamente ligadas en mi cabeza. Cuando terminé de visionar la obra protagonizada por Natalie Portman pensé: “Es una gran película, pero le falta algo para ser perfecta”. Poco después, le tocó el turno a ¿Qué fue de Baby Jane? y comprendí qué le faltaba —más bien le sobraba— a la película dirigida por Darren Aronofsky. Donde Robert Aldrich pone equilibrio, tranquilidad y mesura, el director de Requiém por un Sueño apuesta por la exageración, el exceso y el efectismo. Ambas hablan de la locura, pero lo hacen de maneras muy distintas.
Ahora, en una nueva muestra de la falta de respeto de Hollywood hacia sus ‘clásicos’, se ha anunciado un remake de ¿Qué fue de Baby Jane? El encargado de realizar tal locura será Walter Hill, un veterano director que vivió su momento de gloria a finales de los 70 y principios de los 80 con películas como The Warriors, Forajidos de Leyenda, La Presa o Calles de Fuego. Hill asegura que pretende conservar “el espíritu de la Edad Dorada de Hollywood”. Para eso, más que realizar una nueva versión de una obra perfecta, debería recomendar el visionado de ¿Qué fue de Baby Jane?.
El protagonismo en ¿Qué fue de Baby Jane? recae en dos de las mejores actrices del Hollywood dorado, Joan Crawford y Bette Davis —o viceversa, para que no se enfaden—. Sus rostros ajados llenan la pantalla y transmiten perfectamente ese odio que se profesaban tanto en la ficción como en la realidad. Davis tenía 54 años durante el rodaje y Crawford 57, pero ambas aparentan más edad —dice la leyenda que Davis se negaba a quitarse el maquillaje después de cada día de rodaje para que su personaje pareciera más tétrico—. Su animadversión era tal que a Bette Davis se le atribuyen frases sobre Joan Crawford del estilo: “No la mearía aunque estuviese ardiendo en llamas”. Con eso está todo dicho. También es famosa la anécdota que asegura que en la dura escena de la pelea entre ambas, Davis golpeó realmente a Crawford en la cabeza y ella necesitó puntos. El rodaje no debió de ser, precisamente, un oasis de paz y tranquilidad.
La película tiene dos prólogos —situados en 1917 y 1935— absolutamente prodigiosos y que son el germen de lo que va a sobrevenir en las dos horas siguientes. Dos hermanas, una de ellas una niña prodigio explotada y mimada por su padre hasta transformarla en un ser caprichoso y orgulloso, y la otra una estrella de Hollywood que ve truncada su carrera tras un misterioso accidente. Ese es el apasionante punto de partida. A partir de ahí se desarrolla un drama claustrofóbico con tintes de suspense y terror sobre la asimilación del vertiginoso y efímero éxito y la inevitable y dolorosa decadencia. Los celos, la rivalidad, la envidia, la vejez, los remordimientos, los secretos, las mentiras, la culpa y el rencor son algunos de los temas que aborda la película.
El final en la playa, con una espantosa confesión de por medio, es perfecto. Aunque especial atención merecen dos planos, el de una Joan Crawford consumida y varada como una sirena sobre la arena, y el que cierra la obra con Bette Davis danzando como una niña tras conquistar de nuevo la atención del público, esa sensación que tanto añoraba y que se convierte en una de las escenas más crueles y tristes de la historia del cine.
Roberto C. Rascón (@rcrascon)
Crítica publicada en Punto de Encuentro Complutense el 29/7/2012.
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