Nadie en varios
kilómetros a la redonda sabría decir su nombre. Llegó montado en su caballo. ¿De
dónde venía? ¿Adónde iba? Preguntas sin respuesta. Sus botas con espuelas, su
canana repleta de balas, su poncho lleno de polvo y su sombrero ladeado. Verle
disparar a la velocidad de la luz mientras mascaba tabaco era algo digno de
admiración. Cuando abandonó el pueblo evaporándose en medio de la calima, el
reguero de casquillos era igual al de forajidos.
-¡Luisito! No asustes a tu hermana con esas historias y quítate todas esas chuminadas que vamos a comer.
- Mamá, ¿me das unas monedas para ir otra vez al cine esta tarde?
Roberto C. Rascón (@rcrascon)
Comentarios
Publicar un comentario