Había escrito cien veces: "Te quiero". Entonces respiré hondo y di varios pasos atrás para admirar mi obra. "Buena caligrafía. ¡Le gustará!", pensé antes de salir del aula. En el patio, la lluvia se alió conmigo para eliminar las pruebas que blanqueaban mis manos. Mi profesora apareció y raudo me situé detrás para ser el primer testigo de su reacción. En el pasillo me crucé con Emilio y chocamos los cinco. Cuando entré en clase… ¡mi obra había desaparecido! Al borde del llanto, agaché la cabeza y descubrí mi mano manchada de tiza. La misma mano que poco después se estampaba en la cara de mi ex mejor amigo. Roberto C. Rascón (@rcrascon)