El muñeco fue el primero en cerrar los ojos cuando se deslizó por el borde de la cama, como adivinando lo que se avecinaba. Una noche más, el monstruo cruzaba el umbral de la puerta inundando con su sombra la habitación. La moqueta amortiguaba sus cautelosos pasos mientras se acercaba, tanto que parecía levitar sobre el suelo. Sus manos frías y su aliento fétido anunciaban que estaba a mi lado. Entonces, los recuerdos se desvanecían. Al día siguiente despertaba con un fuerte dolor de cabeza, con las sábanas anegadas y con el muñeco entre mis brazos, mirándome con sus inertes ojos. Roberto C. Rascón (@rcrascon)