Ella no tiene habilidad ninguna para recogerse el pelo , pero no puedo dejar de mirarla. ¡Qué mujer! Una de esas que provocan contracturas en el cuello y en el alma. Su nombre era Lola. Un día dejé de lado mi inseguridad y me aventuré más allá los rituales saludos en el ascensor: "¿Te gustaría tomar una copa?". A bocajarro. Fuera por interés real o por simple cortesía, una afirmación salió de sus labios. Cinco minutos después entrábamos en un bar y cincuenta después cruzaba el umbral de su casa. Todo iba como la seda. Hasta que la cosa se puso dura… demasiado dura. Roberto C. Rascón (@rcrascon)