ESTA TIERRA ES MÍA (1943), Jean Renoir.
Tiene fallos, es propagandística, moralista, anticuada, ingenua… y qué. Esta película sigue teniendo una fuerza descomunal 67 años después de ser filmada y si ahora es así, no me quiero imaginar lo que debió de ser verla en esos convulsos años. En plena II Guerra Mundial, Jean Renoir rueda una película en defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos con el objetivo de que EEUU se implique en un conflicto, al que solo accedieron cuando sus bases de Pearl Harbor se vieron arrasadas por los kamikazes nipones.
Aunque es obvio que se trata de una película que nos intenta vender algo, yo la veo como una obra más pedagógica que propagandística, aunque seguramente tenga tanto de lo uno como de lo otro. Y es que al fin y al cabo lo que nos intenta inculcar son una serie de ideales ante los que poca gente puede estar en desacuerdo e insisto en echar un ojo al año de su realización (1943), para comprender su valor y su importancia. Es imposible no emocionarse con el discurso final y la lectura ante los niños.
No me gusta la exageración en la relación materno filial entre Laughton y O'Connor, la dependencia entre uno y otro llega a rozar lo esperpéntico, lo que la hace poco creíble. Esto provoca que la interpretación del gran Charles Laughton me parezca forzada, aunque lo arregla todo con esos últimos veinte minutos en los que su personaje toma conciencia y cambia completamente de registro. Durante el discurso es imposible alejar la atención del protagonista y su parlamento. Aún así el héroe de esta película no es Albert Lory (Laughton) sino el profesor Sorel (Merivale). Su muerte y su lucha silenciosa son las que despiertan a Lory de su letargo y le llevan a reaccionar frente a la tiranía.
Por último, aprovechar para recomendar dos películas que para mí tienen bastantes similitudes con ésta, El General de la Rovere (1959) y Adiós Muchachos (1987). Una por todo lo que tiene que ver con la toma de conciencia y la otra por el personaje del profesor y sus similares finales.
Por Roberto C. Rascón. @rcrascon
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